jueves, mayo 29, 2008

CRONICA VISITA

Pronto llegamos a la cercana cárcel de tercer grado situada en la Avenida Ortega y Gasset, próxima a nuestro querido instituto Don Miguel Romero Esteo. Nuestra labor no era la de ingresar en ella, sino la de iniciar una jornada de reflexión personal y mirada a una parcela poco conocida de la historia local de Málaga. De allí partiríamos tras una breve charla entre nosotros y los carceleros, que no nos permitieron la entrada, todo ha de decirse, hacia el no muy lejano cementerio de San Rafael. Nuestro objetivo: rememorar en lo posible y hacer un modesto homenaje a los miles de caídos en aquel pozo de olvido, muerte y, por fin ahora relativo reconocimiento.
Nos dispusimos a “revivir”, dentro de lo que lo podemos hacer los que ahora disfrutamos de libertad y stress metropolitano, el camino que hacían los condenados a muerte desde la cárcel de Cruz de Humilladero hasta el cementerio de San Rafael, conocido como cementerio de los pobres y para la posteridad cementerio de los malagueños fusilados en la guerra y posguerra civil española.
El sol de mayo nos acompañó esa mañana, mientras en filas de dos y en riguroso silencio nos dirigimos por el camino de San Rafael hacia las puertas del cementerio que da nombre al susodicho camino. Andamos haciendo el famoso “paseillo” que miles de hombres recorrieron en su últimos minutos de vida. Un eterno camino para aquellos que mataron, los últimos minutos de la vida de cientos de decenas de hombres y mujeres que para nosotros apenas duró 10 minutos y que en amena conversación disfrutamos. Se escuchaban pasar los coches, ruidos de una ciudad que despierta, pero aquellos de los que olvidamos sus nombres solo acertarían a escuchar el silencio del alba, el golpear de culetazos y gritos desesperados que clamabann vida y compasión. La compasión no llegaría nunca para ellos, quizás el perdón de Dios ¿Quién sabe?.
Al llegar a la oxidada y vieja verja del campo santo todos callamos, junto al paredón donde fusilaron a los primeros cientos de hombres que pintaron con su sangre los encaladas muros de este campo de exterminio malagueño y donde quedaron horadados para siempre los orificios que las balas realizaron tras atravesar los cuerpos de multitud de malagueños. Gracias a Dios, los políticos locales (la corporación municipal de Celia Villalobos en concreto) se encargaron de “enlucir” sus paramentos para que sus huellas quedaran ocultas, pero hay cosas que nos se pueden tapar con mortero y cal. Tras breves momentos llegó Jose Alberto, coordinador de los laboriosos trabajos arqueológicos y de rescate histórico que actualmente se realizan en el interior del Cementerio de San Rafael. Con sus conocimientos, paciencia y predilección por la verdad, nos acompañó y guió por todo el recorrido a través de todos los trabajos que realizan. Nos descubrió las numerosas fosas donde han estado trabajando durante dos largos años muchos voluntarios, como Toni o Andrés, que han hecho posible el a veces infructuoso trabajo. Entre todos nos enseñaron los materiales encontrados junto a los cuerpos, objetos tan curiosos como dominós realizados por los difuntos durante su cautiverio o tan sorprendente para algunos como rosarios o crucifijos. También nos mostró las macabras balas, muchas balas y de todas las clases y calibres: de fusiles, de pistolas e incluso de ametralladoras que utilizaron a pie de fosa una vez poerfeccionado el método de exterminio para ahorrar tiempo, personal y dinero. Balas de fabricación española, también balas requisadas al bando republicano y que paradogicamente sirvieron para dar muerte a los condenados por el bando nacional.
Pronto se adhirió al grupo Jose Dorado, miembro de la asociación de la memoria histórica de Málaga, cuyo padre compartió el fatal destino de tantos fusilados y que nos acompaño e ilustró con sus historias y sentimientos. Con él vimos la multitud de cruces que jalonan el cementerio, cruces solitarias ubicadas en un punto cualquiera donde los familiares acuden a depositar sus flores, sus respetos y oraciones, sin sabér aún donde se encuentran los cuerpos a los que corresponden. Cruces con nombre de hermanos, de hombres y mujeres que esperan ser reconocidos en una tarea a veces imposible.
Antes de marcharnos hicimos nuestro humilde homenaje a tantas y tantas víctimas, un minuto de silencio que tantos y tantos hemos olvidado de rendir en estos días de libertad e insensibilidad. Sensibilidad que resurgió a flor de piel cuando aparecieron en escenas más familiares, que en su tarea diaria de visitar a sus muertos se encontraron con este pequeño grupo de alumnos y alumnas de 2º de Bachillerato del Miguel Romero Esteo. Una generación que se marchaba ya del cementerio para continuar su vida se reencontró con otra generación que se quedaba para no olvidar a los suyos. Un encuentro que hizo rebrotar las lágrimas, ¡Cuántas lágrimas han sentido caer por sus mejillas!, al recordar los pasados acontecimientos que perviven aún en sus corazones. Nosotros ya no olvidaremos sus nombres, como el de José Dorado cuyo padre se encuentra enterrado entre los “ajusticiados” por el régimen, o el de Cármen cuyo padre murió dando gritos en el camino de San Rafael clamando a sus familiares. Su padre, el de carmen, “mereció morir” según sus captores, pues miró mal a una mujer que lo denunció, hace hoy ya 73 años. Tampoco olvidaremos el de Francisca, que a sus 5 años quedo huerfana del padre que traía el pan a su familia y a la que privaron del amor que solo un padre puede dar. Familiares a los que nadie pidió perdón jamás, a los que nadie ha rendido aún cuentas
A todos ellos, a todos los que perdieron a alguien en aquellos cruentos años de rencor y odio injustificado, a aquellos familiares de los que muchos olvidaron sus nombres les brindamos, modestamente, nuestro más sentido pésame.

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